He de reconocer que la publicidad atrajo de inmediato mi atención. Bajo el reclamo de Yo soy nuclear, los firmantes, promotores de la web de idéntico nombre, esgrimían hastadiez argumentos en defensa del uso de tal tipo de energía. Stricto sensu, de hecho, el anuncio pertenecía más al campo de la propaganda, desligada del sentido negativo al que va asociado tal vocablo. No perseguía tanto una intención comercial cuanto convencer al lector de que el león no es tan fiero como lo pintan y que, de hecho, el mantenimiento e incluso el reforzamiento del parque nuclear español traería más ventajas que inconvenientes. No puedo estar más de acuerdo. McCoy es nuclear y, de hecho, sigue pensando que es la actitud más progresista que existe a día de hoy.
Visión que se refuerza en el entorno actual. Por varios motivos. Primero, España necesita ganar en productividad, es de hecho imprescindible para salir de la crisis, lo que requiere a su vez de unos costes de producción energética baratos. Algo a lo que sin duda contribuyen las centrales nucleares. Es verdad que existe un coste de implantación. Pero, como ha quedado demostrado, se traduce en la creación de riqueza en las regiones donde se instalan, en seguridad y estabilidad en el suministro lo que, en definitiva, redunda en una mejor gestión de la red, y en un precio por kilowatio que se sitúa sólo por encima de la incierta energía hidroeléctrica. Además, segundo, en un entorno de competencia por los recursos escasos, se facilita la reducción de la dependencia de los aprovisionamientos de carbón, gas o petróleo procedentes del exterior y se gana por tanto en autonomía.
En tercer lugar, es una evidencia que la apuesta por lo verde no es limitativa ni excluyente y que puede verse perfectamente complementada por un parque de nucleares que permitan, a un coste razonable, convertirse en una alternativa de las contaminantes centrales térmicas y contribuir así a la reducción de emisiones de CO2 al espacio. Así lo ha entendido el propio Obama en Estados Unidos, y con él todos aquellos países que han hecho del desarrollo de este tipo de energía una prioridad de cara al futuro, especialmente en el ámbito de los BRICs. En un entorno crítico para las cuentas públicas, la involucración del capital privado es clave. Y frente a la incertidumbre que se deriva en toda industria subsidiada, y sujeta por tanto, al vaivén administrativo, la nuclear se presenta como una alternativa clara y solvente. Prueba de ello es el propio interés deIberdrola en el sector en Reino Unido.
Hay un factor último de hipocresía que, siendo el menos relevante, no deja de tener su importancia. Cuando el sistema lo necesita, la ayuda viene del denostado uranio enriquecido francés a través de la interconexión eléctrica que mantenemos con aquél país. Una paradoja, cuando menos, esta discriminación que se establece en función de dónde se encuentre el origen de la producción, argumento que resultaría de igual aplicación si de lo que estuviéramos hablando fuera del elemento de seguridad, factor que, por cierto, ha mejorado considerablemente con el paso de los años, y más tras el desastre de Chernobil en Ucrania. Mucho confían algunos en el poder paralizante de los Pirineos en el caso de una catástrofe nuclear en la nación vecina. Demasiado, tal vez.
Es verdad que la alimentación de las centrales se basa en una materia prima igualmente finita y que el aumento del parque de centrales debería llevar aparejado, igualmente, un incremento de la demanda de uranio y un encarecimiento de su coste. Sin embargo, si acceden al siguiente enlace verán cómo la commodity ha vivido un periodo de auge y caída similar al del crudo aunque más espaciado en el tiempo: tras casi alcanzar los 140 dólares en el verano de 2007, se produjo un colapso hasta los 40 que tocó esta primavera. Ha rebotado en los últimos meses pero aún ronda el nivel de 55. Uno se pregunta si no es una alternativa de inversión, per se, de lo más atractiva si nos atenemos a las dinámicas potenciales de compra al alza y oferta a la baja. Puede ser, incluso, que tal descenso sea debido, en parte, en la mejora de la segunda cuestión que esgrimen los detractores de lo nuclear: la seguridad de los residuos. Un problema que también ha vivido extraordinarios avances en los últimos años tanto en términos de reutilización y reciclado como de almacenaje, lo que ha podido afectar a la demanda. Este gráfico explica bastante bien el ciclo de uso del uranio, para los legos como yo.
Como es costumbre en este país, las ramas de un debate menor nos impiden ver el bosque de lo que está en juego. No se trata de prorrogar o no la vida de las centrales nucleares actualmente existentes (muy interesante, por cierto, el artículo de Vidal-Fochhace un par de semanas en El País), si no de saber el papel que ha de jugar esta energía en el futuro en relación con todos los aspectos que hemos apuntado a lo largo de este post, al que habría que añadir la imprescindible cuestión de la racionalidad o no del nivel de consumo actual. Una de las cosas que me enseñaron nada más aterrizar en el Confidencial es que no se puede abrir una crisis si no se tiene la solución. Una máxima que resulta de indudable aplicación cuando se aplica a las decisiones del ejecutivo. ¿Cuál es la alternativa razonable? Me digan. Está bien ser más papistas que el Papa, pero hombre, no a costa de nuestro bolsillo. Y es que otra de las frases míticas que acompañan el día a día de la gestión de este medio es el si no eres parte de la solución, entonces eres parte del problema. A ver si va ser eso, Zapatero y Sebastián, a ver si va a ser eso…